No! Este artículo no es imparcial. Todo lo contrario; es una cosa maniquea que, aquí entre nos, me encantó. No sé si por mi recién adquirido odio por el nuevo cast & crew de el Telediario; o quizá por mi (un poco menos nuevo) coraje tras la cancelación de ese programa de radio de RNE donde, puntualmente, cada madrugada (hora de España, -1 en Canarias), nuestros amigos gachupines (y muchos marroquís) marcaban para hacer las mejores preguntas y comentarios estilo "si me he metido mucha cocaína, ¿cómo me bajo el efecto?... ¡que me he metido mucha!", o el ya célebre "tengo una amante, pero por causa de la culpa no logro hacer que mi amiguito funcione... ¿qué hago?". Oh sí, y ni por un momento vayan a creer mis dos lectores (o quizá ya menos), que el consejo de la RNE era un obvio y simple "deja a la amante, quítate de culpas". No! Primero lo han mandaron a la farmacia por una pastilla azul antes que apelar a las buenas costumbres y moral cristiana... entiendo que no era un programa para mucho público (de ahí que a nadie sorprenda su envidiable horario estelar de 3 a 5 de la madrugada), pero cancelarlo nada más por eso vaya que fue una coñada!
En fin, pues espero les guste. Y si ya de plano no le encuentran ningún sentido (lo cual es muy probable porque creo que no lo tiene), al menos sonrían con esos comentarios tan fantásticos en contra de la Thatcher (que nunca sobran), o ya de plano ríanse de la idea del pequeño Javier de que los enfermos, ancianos, pobres y decrépitos encuentran su única felicidad en las pantallas y transmisores de la RTVE. Que, no es por hablar mal de nadie, pero la televisión española no alegra nada (excepto por Anne Igartiburu).
P.D., se aceptan sus queridos troleos en @tve_tve
-JPB
Las
crueldades pequeñas
Por Javier Marías
El País Semanal, No. 1.875
Muy ingenuo o fatuos han de ser los
políticos para no haberse hecho a la idea de que nadie los quiere y en general
caen fatal. De que, si dejan de gobernar, es porque los votantes están hartos
de ellos y ya no los pueden ni ver; y de que, si gobiernan, no es porque los
ciudadanos les tengan confianza y les encuentren méritos, sino por el mero
deseo de quitarse de encima a los anteriores. Es cierto que hay muchos
políticos que, pese a todo, son fatuos (ingenuos me temo que no), pero hasta
los más engreídos deben saber, a estas alturas, lo antipáticos que caen a la
mayoría de la población. En vista de lo cual, parece como si casi todos
hubieran decidido que de perdidos al río. ¿Resulto antipático? Pues se van a enterar los electores de lo que es la antipatía personificada.
Y
sin embargo es curioso lo que le ocurre al Partido Popular: de tarde en tarde,
sus dirigentes se sorprenden y asustan del odio que han llegado a concitar. Se
palpan la ropa, se ahuecan el cuello de la camisa para respirar, les entran
sudores fríos, ponen cara de perplejos, se sienten ofendidísimos y, si los
abuchean o les cae algún huevo, echan a correr y se escabullen por la puerta de
atrás de donde estén. Les sucedió tras sus mentiras del 11-M de 2004, y durante
varios años concentraron sus esfuerzos en dejar de dar miedo y en intentar
atenuar su apatía natural (esto último con escaso éxito, hay empresas que
trascienden la voluntad de quienes las acometen). Si algo los ayudó, fue la
antipatía o estupidez de demasiados subordinados de Zapatero, que diluyó
levemente las suyas. Ahora bien, en pocos meses el nuevo Gobierno del PP ha
recuperado con creces el terreno perdido, y sus ministros se nos han hecho
insoportables: la que no es una pava como Ana Mato, es una chuleta incongruente
como Arias Cañete; el que no es un metepatas como García Margallo (muy adecuado
para la diplomacia), es una vaina como Soria, que convoca a los españoles a
veranear aquí porque en el extranjero hay mosquitos (!); el que no es un
incompetente despectivo como Montoro, se torna un beato sádico como Gallardón,
que quiere obligar a llevar una vida de sufrimiento constante a criaturas que
maldecirán el día de su nacimiento, con toda probabilidad.
Pero
a los gobernantes se los llega a odiar también —tal vez más— por los daños
pequeños y gratuitos. El PP no se da cuenta de cuántas personas tienen una
existencia tan limitada y modesta que para ellas es de suma importancia la
televisión, y en particular la estatal, que consideran propia, con razón. Entre
los aciertos de Zapatero estuvo el de convertirla en algo más que decente. Su
director había de ser elegido por dos tercios del Parlamento, es decir, por
consenso, y por lo tanto no podría ser un energúmeno ni un fanático ni un
cobista, de un bando u otro. Se consiguió que los informativos fueran
imparciales y dependieran más de los profesionales que de los políticos que,
sobre todo en la tenebrosa época de Aznar, los habían sesgado a su favor. Eso
se tradujo en que fueran los más seguidos con diferencia, recibieran elogios y
premios internacionales, y que en algunos de éstos se los juzgara mejores que
los de la BBC. En vista del éxito, el Gobierno ha cambiado por las bravas el
método de elección de su director, y ha llenado sus informativos de esbirros de
Telemadrid: el canal con peor fama, con más protestas abochornadas de sus
trabajadores, hartos de su desfachatada parcialidad, y que menos gente ve. Como
en TVE había periodistas que daban confianza a los espectadores —Xabier Fortes
o Ana Pastor—, se ha prescindido de ellos a toda velocidad. Pero no es sólo
eso: a los ciudadanos les complacían mucho tres o cuatro series de ficción: Águila Roja, Cuéntame, La República y la
cotidiana Amar en tiempos revueltos.
Pues fastidiémosles eso también. En cuanto se emitan los episodios atrasados de
esta temporada, Amar ya no se verá en
TVE, sino, con variaciones forzosas (ay), en Antena 3, y algo semejante va a
ocurrir con las demás. Todo con el pretexto de ahorrarse el chocolate del loro.
Supongo que se trata de la operación habitual: se deteriora deliberadamente lo
público para luego poder argüir que no es viable; se hace de lo decoroso una
porquería para que las audiencias se hundan y “convenga” privatizar o eliminar lo
público. Es el método de Aguirre y también fue el de Thatcher, que condujo a
Gran Bretaña a su mayor decadencia. Pero la gente normal no se fija en esto:
repara en que ya no puede ver unos
informativos imparciales y sin censura, ni a sus favoritos Fortes o Pastor, ni
oír a los de Radio Nacional, Lucas, Garrido o Pepa Fernández. Comprueba que la
han privado de lo que para muchos era su único consuelo diario, las entregas de
sus series preferidas. Ancianos, jubilados, parados, pobres, enfermos, individuos
con vidas ingratas, tristes y solitarias, son numerosos los que sólo disponían
de eso. Al PP se le odiará de nuevo, quizá más que por sus otras despiadadas
medidas, por estas crueles y pequeñas gratuitas. Y llegará el día en que sus dirigentes
volverán a sorprenderse, y se asustarán.
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