George Orwell
Matar a un elefante y otros escritos
(trad.) Miguel Martínez-Lage
México, Fondo de Cultura Económica - Turner
2009, pp. 389
El
documentado y muy sólido ataque contra el imperialismo y la política del poder
que lleva a cabo Zilliacus en su libro es, sobre todo, una denuncia de los
acontecimientos que desembocaron en las dos guerras mundiales. Por desgracia,
el entusiasmo con el que desenmascara de una forma demoledora la guerra de 1914
a uno le lleva a preguntarse sobre qué base respalda, en cambio, esta otra
guerra. Tras relatar la sórdida historia de los tratados secretos y las
rivalidades comerciales que desencadenaron el conflicto en 1914, concluyo que
nuestros objetivos de guerra, tal como se han proclamado, eran pura mentira, y
que “declaramos la guerra a Alemania porque, si Alemania ganase la guerra
entrabada con Francia y Rusia, se convertiría en dueña y señora de toda Europa,
con fuerza suficiente para servirse después las colonias británicas”. ¿Por qué,
si no es por eso, entramos en guerra esta vez? Parece que fue igualmente
perverso oponerse a Alemania en la década anterior a 1914, así como lo fue la
política de apaciguamiento de la década de 1930; parece, según se deduce de sus
palabras, que hubiésemos debido alcanzar un compromiso de paz en 1917, mientras
que sería traición hacerlo ahora. Fue perverso, incluso en 1915, acceder a la
partición de Alemania y a que Polonia fuera considerada como “un asunto interno
de Rusia”: bien se ve que esos mismos actos han cambiado de color moral con el
paso del tiempo.
Matar a un elefante y otros escritos
(trad.) Miguel Martínez-Lage
México, Fondo de Cultura Económica - Turner
2009, pp. 389
Reseña de Camino de servidumbre,
de F.A. von Hayek,
y de El espejo del pasado, de K. Zilliacus
Tomados conjuntamente, estos dos
volúmenes causan una desazón considerable. El primero es una elocuente defensa
del capitalismo, al más puro estilo laissez
faire; el otro es una denuncia aún más vehemente del mismo. Abarcan, en
gran medida, un mismo terreno; con frecuencia, citan las mismas autoridades y
beben de las mismas fuentes, e incluso parten de idénticas premisas, ya que
cada uno de ellos da por sentado que la civilización occidental depende de la
inviolabilidad del individuo. Con todo y con eso, ambos autores están
convencidos de que la política que propugna el otro conduce directamente a la
esclavitud, y lo alarmante es que ambos pueden tener toda la razón
De
los dos. El libro del profesor Hayek quizá sea más valioso, ya que los puntos
de vista que expone no están ahora mismo tan de moda como los del señor
Zilliacus. Muy sucintamente, la tesis de Hayek es que en Alemania los nazis
tuvieron éxito porque los socialistas les habían hecho toda la labor de zapa,
sobre todo la obra intelectual consistente en debilitar el deseo de la
libertad. Al poner la totalidad de la vida bajo el control del Estado, el
socialismo forzosamente otorga el poder a un círculo reducido de burócratas
avisados, que, prácticamente en todos los casos, serán hombres deseosos del
poder por el poder mismo, y que no tendrán el menor escrúpulo cuando se trate
de conservarlo. Gran Bretaña, afirma, va por el mismo camino que Alemania, con
la intelectualidad izquierdista en la locomotora y el Partido Conservador en el
primer vagón del pasaje. La única salvación posible estriba en regresar a una
economía ajena a toda planificación, de libre competencia, y a hacer hincapié
más en la libertad que en la seguridad.
La
faceta negativa de la tesis que sostiene el profesor Hayek contiene no poca
verdad. Nunca será exagerado afirmar con frecuencia —en cualquier caso, no se
dice con frecuencia suficiente— que el colectivismo no es algo inherentemente
democrático, sino que, por el contrario, entrega a una minoría tiránica un
poder tal como jamás soñaron siquiera los inquisidores en España.
El
profesor Hayek probablemente también tiene razón al decir que, en este país,
los intelectuales tienen la mentalidad más totalitaria que el ciudadano
corriente. En cambio, no considera, o no reconoce, que un regreso a la “libre”
competencia entraña para la gran masa de la población una tiranía, incluso
peor, por ser más irresponsable, que la que practica el Estado. Lo malo de las
competencias es que alguien las gana. El profesor Hayek niega que el
capitalismo libre desemboque en el monopolio, aunque en la práctica ése es el
punto que ha conducido; y como la inmensa mayoría de la población prefiere una
regulación estatal rígida antes que la depresión económica y el desempleo, la
inercia que conduce al colectivismo forzosamente ha de continuar por su rumbo,
al mismo ritmo, si la opinión pública tiene algo que decir al respecto.
F.A. von Hayek
K. Zilliacus
Lo
que deja Zilliacus fuera de su libro es que las guerras tienen resultados, al
margen de los motivos de quienes las hayan precipitado. Nadie pondrá poner en
duda la suciedad de la política internacional de 1870 en adelante, pero de ello
no se sigue que hubiera sido bueno permitir que el ejército alemán se adueñara
de Europa. Es posible que algunas transacciones bastante sórdidas se estén
ventilando ahora entre bambalinas, y que la actual oleada de propaganda “contra
el nazismo” (compárese con “contra el militarismo prusiano”) parezca muy poca
cosa en 1970, pero Europa será, sin ninguna duda, un lugar mejor cuando Hitler
y sus partidos hayan desaparecido de ella.
Entre
estos dos libros se resume nuestro actual dilema. El capitalismo conduce a las
colas para cobrar el subsidio del paro, a la lucha por los mercados, a la
guerra. El colectivismo conduce a los campos de concentración, la adoración de
los líderes, a la guerra, No hay salida de todo ello, a menos que una economía
bien planificada pueda combinarse de algún modo con la libertad de pensamiento
y de expresión, lo cual sólo puede suceder si el concepto del bien y el mal se
restaura en el terreno de la política.
Ambos
autores son conscientes de esto en mayor o menor grado, pero como no aciertan a
indicar un modo viable de llevarlo a cabo, el efecto sumado de ambos libros es
harto deprimente.
Observer, 9 de abril de 1944
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