A ≠ B

George Orwell
Matar a un elefante y otros escritos
(trad.) Miguel Martínez-Lage
México, Fondo de Cultura Económica - Turner
2009, pp. 389


Reseña de Camino de servidumbre,
de F.A. von Hayek,
y de El espejo del pasado, de K. Zilliacus



Tomados conjuntamente, estos dos volúmenes causan una desazón considerable. El primero es una elocuente defensa del capitalismo, al más puro estilo laissez faire; el otro es una denuncia aún más vehemente del mismo. Abarcan, en gran medida, un mismo terreno; con frecuencia, citan las mismas autoridades y beben de las mismas fuentes, e incluso parten de idénticas premisas, ya que cada uno de ellos da por sentado que la civilización occidental depende de la inviolabilidad del individuo. Con todo y con eso, ambos autores están convencidos de que la política que propugna el otro conduce directamente a la esclavitud, y lo alarmante es que ambos pueden tener toda la razón
                De los dos. El libro del profesor Hayek quizá sea más valioso, ya que los puntos de vista que expone no están ahora mismo tan de moda como los del señor Zilliacus. Muy sucintamente, la tesis de Hayek es que en Alemania los nazis tuvieron éxito porque los socialistas les habían hecho toda la labor de zapa, sobre todo la obra intelectual consistente en debilitar el deseo de la libertad. Al poner la totalidad de la vida bajo el control del Estado, el socialismo forzosamente otorga el poder a un círculo reducido de burócratas avisados, que, prácticamente en todos los casos, serán hombres deseosos del poder por el poder mismo, y que no tendrán el menor escrúpulo cuando se trate de conservarlo. Gran Bretaña, afirma, va por el mismo camino que Alemania, con la intelectualidad izquierdista en la locomotora y el Partido Conservador en el primer vagón del pasaje. La única salvación posible estriba en regresar a una economía ajena a toda planificación, de libre competencia, y a hacer hincapié más en la libertad que en la seguridad.
                La faceta negativa de la tesis que sostiene el profesor Hayek contiene no poca verdad. Nunca será exagerado afirmar con frecuencia —en cualquier caso, no se dice con frecuencia suficiente— que el colectivismo no es algo inherentemente democrático, sino que, por el contrario, entrega a una minoría tiránica un poder tal como jamás soñaron siquiera los inquisidores en España.
                El profesor Hayek probablemente también tiene razón al decir que, en este país, los intelectuales tienen la mentalidad más totalitaria que el ciudadano corriente. En cambio, no considera, o no reconoce, que un regreso a la “libre” competencia entraña para la gran masa de la población una tiranía, incluso peor, por ser más irresponsable, que la que practica el Estado. Lo malo de las competencias es que alguien las gana. El profesor Hayek niega que el capitalismo libre desemboque en el monopolio, aunque en la práctica ése es el punto que ha conducido; y como la inmensa mayoría de la población prefiere una regulación estatal rígida antes que la depresión económica y el desempleo, la inercia que conduce al colectivismo forzosamente ha de continuar por su rumbo, al mismo ritmo, si la opinión pública tiene algo que decir al respecto.

                 F.A. von Hayek                

                El documentado y muy sólido ataque contra el imperialismo y la política del poder que lleva a cabo Zilliacus en su libro es, sobre todo, una denuncia de los acontecimientos que desembocaron en las dos guerras mundiales. Por desgracia, el entusiasmo con el que desenmascara de una forma demoledora la guerra de 1914 a uno le lleva a preguntarse sobre qué base respalda, en cambio, esta otra guerra. Tras relatar la sórdida historia de los tratados secretos y las rivalidades comerciales que desencadenaron el conflicto en 1914, concluyo que nuestros objetivos de guerra, tal como se han proclamado, eran pura mentira, y que “declaramos la guerra a Alemania porque, si Alemania ganase la guerra entrabada con Francia y Rusia, se convertiría en dueña y señora de toda Europa, con fuerza suficiente para servirse después las colonias británicas”. ¿Por qué, si no es por eso, entramos en guerra esta vez? Parece que fue igualmente perverso oponerse a Alemania en la década anterior a 1914, así como lo fue la política de apaciguamiento de la década de 1930; parece, según se deduce de sus palabras, que hubiésemos debido alcanzar un compromiso de paz en 1917, mientras que sería traición hacerlo ahora. Fue perverso, incluso en 1915, acceder a la partición de Alemania y a que Polonia fuera considerada como “un asunto interno de Rusia”: bien se ve que esos mismos actos han cambiado de color moral con el paso del tiempo.


                       K. Zilliacus                      


                Lo que deja Zilliacus fuera de su libro es que las guerras tienen resultados, al margen de los motivos de quienes las hayan precipitado. Nadie pondrá poner en duda la suciedad de la política internacional de 1870 en adelante, pero de ello no se sigue que hubiera sido bueno permitir que el ejército alemán se adueñara de Europa. Es posible que algunas transacciones bastante sórdidas se estén ventilando ahora entre bambalinas, y que la actual oleada de propaganda “contra el nazismo” (compárese con “contra el militarismo prusiano”) parezca muy poca cosa en 1970, pero Europa será, sin ninguna duda, un lugar mejor cuando Hitler y sus partidos hayan desaparecido de ella.
                Entre estos dos libros se resume nuestro actual dilema. El capitalismo conduce a las colas para cobrar el subsidio del paro, a la lucha por los mercados, a la guerra. El colectivismo conduce a los campos de concentración, la adoración de los líderes, a la guerra, No hay salida de todo ello, a menos que una economía bien planificada pueda combinarse de algún modo con la libertad de pensamiento y de expresión, lo cual sólo puede suceder si el concepto del bien y el mal se restaura en el terreno de la política.
                Ambos autores son conscientes de esto en mayor o menor grado, pero como no aciertan a indicar un modo viable de llevarlo a cabo, el efecto sumado de ambos libros es harto deprimente.



Observer, 9 de abril de 1944

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