El indio que llevo dentro


Como me di cuenta que no les he contado nada sobre el verano pasado decidí romper mi regla de no escribir nada personal ni original (ya saben, más que nada para no aburrirlos o atacarlos con mis tediosas historias aburridas). Pero bueno. Lo hice. Espero les guste... aunque sea tantito.

Este verano durante un incómodo viaje en jeep, en el cual íbamos amontonados 25 personas —todas con la intención de ver el cambio de guardia en la frontera entre India y Pakistán—, sentí por primera vez que alguien me odiaba —realmente odiaba— por algo que yo no entendía (en otras ocasiones ya había notado que uno que otro indio se había molestado conmigo, en especial los dueños de tiendas —me divertía molestarlos pues, no voy a mentir, pero al menos sabía por qué se enojaban). Pero esta vez fue diferente. Pero les cuento.
Antes de subirme al coche en cual viajaría exigí —como turista que era, faltaba más— un lugar en una de las únicas dos filas de asientos. Era, sin duda, un puesto muy deseado (sobre todo si veías que las otras alternativas eran acomodarse en la cajuela junto con 15 indillos o, en el peor de los casos, agarrarse por fuera a una de las puertas del coche —con el riesgo de muerte por ‘colisión’ que ello significaba). Así que pues apañé. Me senté junto a un indio ya medio rucón—mejor aclaro, como de sesenta años, porque hay de rucos a rucos— que, en fin, rápidamente se vio sospechosamente interesado en empezar una (creo) amigable conversación conmigo… en hindú. Cágame la madre. Ya cuando vi que fueron varios los que llegaron a hablarme en tan singular lengua, como que empecé a suponer que parezco indio. [Por si falta la aclaración, no lo soy ni entiendo su idioma… y en mi defensa, tampoco me veo indio… tanto… lo juro… oshhh].
Entonces ahí estaba yo, un, insisto, no-indio escuchando lo que un viejillo me escupía en hindú. Intenté hacer algo de razón de lo que me estaba diciendo. Imposible. Pero lo que me interesa de todo esto es que el susodicho señor, además de atacarme con su aliento de viejito, tuvo la ocurrencia de enojarse conmigo: “Why won’t you answer me in Hindu?” preguntó; “I don’t speak Hindu”. A lo cual no tardó en responder [emputado, como sólo los indios pueden… así, con una mezcla entre gente fea que huela a curry y sus miradas profundas con efecto tétrico que sólo los ojos amarillos y con derrames pueden dar] “But you are Indian!”. ¡Coño que no!
Ahí me ven, más moreno de lo normal, intentando convencer a ese hombre que no soy, a pesar de lo obvio que para él resultaba, indio. “I am not Indian. I come from Mexico, you know, from America”. (Lo de from America salió porque cada vez que decía que soy de México me preguntaban —obviamente, faltaba más  “¿dónde queda eso?”, y pues, intentarles explicar sólo lleva a perder el tiempo. No entienden: “Mira, es que México es un país, muy bonito todo, que está en América latina, ya sabes, al igual que Argentina, Brasil y Colombia...” *interrupción* “Ah, ¿eres de América? ¿Hollywood? ¿Lindsay Lohan?”… y pues ante eso ¿qué contestas? “Pues yes, from America… pendejo*” [*Español en el original]). Pero equis. Regreso a lo que decía. Intenté explicarle al ruco que no soy indio a lo que me contestó un simple y molestísimo “no”. Ni por un instante dudé lo que aquel hombre pensó de mí: “¿Qué se cree este indio mamón, haraposo como está, queriéndome hacer creer que no habla hindú y que, además de todo, sólo entiende inglés y que es de «América»?”. Y no me volvió a hablar en todo el viaje. Mi reacción fue ignorarlo. Pensé para mis adentros que lo que a ese viejete le faltaba era una picada de fundillo para que se le quitaría lo amargado. "Que lo pele la esposa y santas pascuas". Pero ahora que lo pienso mejor, sólo hacía falta mostrarle el pasaporte. En fin. No se me ocurrió. El fin. 


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