Sorstalanság






Sorstalanság, de Imre Kertész*


“Incluso allá, al lado de las chimeneas [del campo de concentración] había habido, entre las torturas, entre los intervalos de las torturas algo que se parecía a la felicidad. Todos me preguntaban por las calamidades, por los «horrores», cuando para mí ésa había sido la experiencia que más recordaba. Claro, de eso, de la felicidad en los campos de concentración debería hablarles la próxima vez que me pregunten. Si me preguntan. Y si todavía me acuerdo”.


¿Es posible encontrarnos con la felicidad en aquello que consideramos ser uno de los peores momentos o alguna de las más impronunciables situaciones? Sí. Es posible. Quizá esto se deba a la costumbre; a acostumbrarnos a que lo que antes considerábamos ser ‘lo peor’ ahora se ha convertido en ‘lo normal’. Y por eso, porque la vida regular de un día a día tiene sus mejores momentos, sus picos, sus altos, es que nos encontramos con terribles azotes de felicidad aún en los momentos más impensables. Al final del día, tener un plato de comida, sobrevivir las heridas y descubrir que de las regaderas sale agua caliente y no gas son, sin duda, motivos de justa alegría. Y precisamente son momentos como éstos —pero sin ignorar los otros; los de tortura y terror— los que se narran en el relato de I. Kertész.
            Sin pretender ser un texto autobiográfico —aun cuando el autor sobrevivió los campos de concentración—, la lectura  nos narra lo que sería una vida ‘normal’ para un preso en uno de los Lagers alemanes. Y quizá la sorpresa más grande de este texto es la complejidad de la vida que describe; hay momentos malos y peores pero también los hay buenos. Como en todo. No todo es desesperación. No todo es tristeza. Es más, casi no hay lugar ni para agonías ni autoflagelaciones. En los tiempos difíciles se trabaja para sobrevivir, para distraer la mente, para hacer menos tardada la espera de que pase el tiempo. Y es, probablemente esto último —el aburrimiento; la sensación de que el tiempo no pasa—, lo que más destruye al cuerpo. Se dice que en muchos casos lo que motiva a alguien a inclinarse a la violencia y a un comportamiento físico agresivo es el aburrimiento; ese aburrimiento que surge de la idea de que no hay motivos para proseguir la existencia tal y como se ha llevado hasta el momento. Ese aburrimiento que desespera, que perturba y que nos lleva a actuar. ¿Pero qué pasa cuando no se puede actuar? ¿Qué pasa cuando se está encerrado sin libertad alguna y con total vigilia sobre cualquier movimiento que se haga? Ahí, dice el autor, sólo nos queda reconfortarnos en la idea de que algo siempre pasará porque nunca ha pasado que nada pasara. Y así, encontrar la felicidad y perder el aburrimiento mientras se está a la espera de que las circunstancias actuales cambien en cualquier sentido, con tal de perder la monotonía y encontrar algo nuevo.




*Esbozo sobre las primeras impresiones. 

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