Los demonios y los días (fragmento)

Rubén Bonifaz Nuño
(12 de noviembre de 1923 - 31 de enero de 2013)














Desde la tristeza que se desploma, 
desde mi dolor que me cansa,
desde mi oficina, desde mi cuarto revuelto,
desde mis cobijas de hombre solo,
desde este papel, tiendo la mano.

Ya no puedo ser solamente
el que dice adiós, el que vive
de separaciones tan desnudas
que ya ni siquiera la esperanza
dejan de un regreso; el que en un libro
desviste y aprende y enseña
la misma pobreza, hoja por hoja.

Estoy escribiendo para que todos
puedan conocer mi domicilio,
por si alguno quiere contestarme.

Escribo mi carta para decirles
que esto es lo que pasa: estamos enfermos
del tiempo, del aire mismo,
de la pesadumbre que respiramos,
de la soledad que se nos impone.

Yo sólo pretendo hablar con alguien,
decir y escuchar. No es gran cosa.

Con gentes distintas en apariencia
camino, trabajo todos los días;
y no me saludo con nadie: temo.

Entiendo que no debe ser, que acaso 
hay quien, sin saberlo, me necesita.
Yo lo necesito también. Ahora
lo digo en voz alta, simplemente.

Escribí al principio: tiendo la mano.
Espero que alguno lo comprenda.



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Pron.: /ˈrʌdjəd ˈkɪplɪŋ/


If
by Rudyard Kipling

If you can keep your head when all about you
Are losing theirs and blaming it on you,
If you can trust yourself when all men doubt you,
But make allowance for their doubting too;
If you can wait and not be tired by waiting,
Or being lied about, don’t deal in lies,
Or being hated, don’t give way to hating,
And yet don’t look too good, nor talk too wise;

If you can dream –and not make dreams your master;
If you can think –and not make thoughts your aim;
If you can meet with Triumph and Disaster
And treat those two impostors just the same;
If you can bear to hear the truth you’ve spoken
Twisted by knaves to make a trap for fools,
Or watch the things you gave your life to broken
And stoop and build’em up with worn-out tools;

If you can make one heap of all your winnings
And risk it on one turn of pitch-and-toss,
And lose, and start again at you beginnings
And never breathe a word about your loss;
If you can force your heart and nerve and sinew
To serve your turn long after they are gone,
And so hold on when there is nothing in you
Except the Will which says to them: ‘Hold on!’

If you can talk with crowds and keep your virtue,
Or walk with kings –nor lose the common touch;
If neither foes nor loving friends can hurt you,
If all men count with you, but none too much;
If you can fill the unforgiving minute
With sixty seconds’ worth of distance run –
Yours is the Earth and everything that’s in it,
And –which is more- you’ll be a Man my son!



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Sorstalanság






Sorstalanság, de Imre Kertész*


“Incluso allá, al lado de las chimeneas [del campo de concentración] había habido, entre las torturas, entre los intervalos de las torturas algo que se parecía a la felicidad. Todos me preguntaban por las calamidades, por los «horrores», cuando para mí ésa había sido la experiencia que más recordaba. Claro, de eso, de la felicidad en los campos de concentración debería hablarles la próxima vez que me pregunten. Si me preguntan. Y si todavía me acuerdo”.


¿Es posible encontrarnos con la felicidad en aquello que consideramos ser uno de los peores momentos o alguna de las más impronunciables situaciones? Sí. Es posible. Quizá esto se deba a la costumbre; a acostumbrarnos a que lo que antes considerábamos ser ‘lo peor’ ahora se ha convertido en ‘lo normal’. Y por eso, porque la vida regular de un día a día tiene sus mejores momentos, sus picos, sus altos, es que nos encontramos con terribles azotes de felicidad aún en los momentos más impensables. Al final del día, tener un plato de comida, sobrevivir las heridas y descubrir que de las regaderas sale agua caliente y no gas son, sin duda, motivos de justa alegría. Y precisamente son momentos como éstos —pero sin ignorar los otros; los de tortura y terror— los que se narran en el relato de I. Kertész.
            Sin pretender ser un texto autobiográfico —aun cuando el autor sobrevivió los campos de concentración—, la lectura  nos narra lo que sería una vida ‘normal’ para un preso en uno de los Lagers alemanes. Y quizá la sorpresa más grande de este texto es la complejidad de la vida que describe; hay momentos malos y peores pero también los hay buenos. Como en todo. No todo es desesperación. No todo es tristeza. Es más, casi no hay lugar ni para agonías ni autoflagelaciones. En los tiempos difíciles se trabaja para sobrevivir, para distraer la mente, para hacer menos tardada la espera de que pase el tiempo. Y es, probablemente esto último —el aburrimiento; la sensación de que el tiempo no pasa—, lo que más destruye al cuerpo. Se dice que en muchos casos lo que motiva a alguien a inclinarse a la violencia y a un comportamiento físico agresivo es el aburrimiento; ese aburrimiento que surge de la idea de que no hay motivos para proseguir la existencia tal y como se ha llevado hasta el momento. Ese aburrimiento que desespera, que perturba y que nos lleva a actuar. ¿Pero qué pasa cuando no se puede actuar? ¿Qué pasa cuando se está encerrado sin libertad alguna y con total vigilia sobre cualquier movimiento que se haga? Ahí, dice el autor, sólo nos queda reconfortarnos en la idea de que algo siempre pasará porque nunca ha pasado que nada pasara. Y así, encontrar la felicidad y perder el aburrimiento mientras se está a la espera de que las circunstancias actuales cambien en cualquier sentido, con tal de perder la monotonía y encontrar algo nuevo.




*Esbozo sobre las primeras impresiones. 

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